lunes, 2 de abril de 2012

PRÓLOGO DE DANIEL RODRÍGUEZ MOYA CUADERNILLO Nº 6: La piel de las ciudades de Fernando Valverde - 13 de abril de 2012.

Daniel Rodríguez Moya
En la vida hay cosas que no se pueden elegir, como la familia. Otras, sin embargo, sí. Como los amigos verdaderos a los que conviertes por derecho propio en parte importante de tu familia. Es el caso del poeta Fernando Valverde, que se convirtió, hace ya años, en mi hermano. Es difícil resumir cómo llegó a suceder, aunque leyendo muchos poemas de su último libro publicado,  Los ojos del pelícano, puedo llegar a explicármelo.
Cada vez que regreso a mi querida Nicaragua, mi país de adopción y de vocación, me acerco al Pacífico, a  San Juan del Sur y miro a sus pelícanos, y recuerdo cómo surgió ese libro que contiene los mejores poemas que ha escrito Fernando hasta el momento, un libro que vi  crecer desde que nació la idea. Fui testigo de las mil variantes de un verso, e incluso pude meter la mano un poquito y sugerir alguna palabra acaso. Es el milagro de ver cómo las ideas se convierten en poesía.
Me acuerdo mucho de este libro, que es el mejor resumen de qué poeta y qué persona es Fernando Valverde, viendo los pelícanos en San Juan del Sur. Los mismos pelícanos que le dan título que se dejan caer sobre el Pacífico nicaragüense hasta quedar completamente ciegos. Lo explica muy bien el poeta colombiano Darío Jaramillo en la contraportada: “Los pelícanos de San Juan del Sur planean hasta avistar su presa y de repente se dejan caer en picado. El golpe contra el agua es brutal y siempre salen con el pez en el pico. A Fernando Valverde le asombró la perfección milimétrica de su caza hasta que un pescador le reveló que aquel portento escondía una tragedia enorme. De tanto golpear su rostro contra el océano muchos pelícanos mueren ciegos, perdidos en el horizonte. De todo eso –dice Jaramillo– habla este libro, del destino de los pelícanos y de cómo los sueños de la gente normal se estrellan una y otra vez contra la realidad”.
A mí me gustan los poetas que escriben a partir de buenas ideas, de imágenes llenas de significado. Por eso hace esos siete años, cuando en un avión que cruzaba el charco para devolvernos a España y Fernando no dejaba de hablar de otra cosa que de los pelícanos de San Juan del Sur y que de ahí tenía que salir un libro, ya supe que sería un poemario maravilloso.
Cada lector es un libro. Eso es lo que le digo siempre a las personas que me dicen que no están seguras de haber 'interpretado' bien lo que quería decir un poeta. Y para mí Los ojos del pelícano, además de tener un buen puñado de poemas de esos que a uno le habría gustado firmar, es un libro que siento como mío porque al leer los poemas no es que me identifique con ellos, es que son el territorio en el que yo también he vivido y sigo viviendo. Y no me refiero sólo metafóricamente, porque en este libro de Fernando, creo que mucho más que en los anteriores, hay más vida que nunca. Vida de la de verdad, una vida que como dice la cita de Ángel González con la que se encabeza tan acertadamente el libro, hay que ser muy valiente para vivirla con miedo.
No puedo negar que hay momentos en la poesía de Fernando en los que me contagia esa ansiedad en la que a veces da la sensación de estar instalado de manera permanente. En el poema con el que empieza el poemario, por ejemplo, esa angustiosa caída en la que la figura de la madre planea de manera sutil, esa caída a la que están condenados los pelícanos sin que nada pueda salvarlos. Sin duda es su poema más emocionante, el más intenso, el más auténtico. Es un nudo continuo en el pecho que se se va apretando conforme se avanza, que se aprieta para luego soltarse de una vez con ese verso que descarga toda la angustia: “Nos espera la vida”.
De mi particular lectura de Los ojos del pelícano me quedo con los pájaros que venden los niños de las calles de Managua, que Fernando los imaginó soñando ser pelícanos, con el milagro de estar vivos que recorre todos los poemas. Me sumerjo en este libro como si de un mapa se tratase que me devuelve al cielo de Damasco, a los disparos que se quedaban atrás mientras cruzábamos los territorios palestinos ocupados, lo contradictorio que parece el mar desde Vedado, la placidez del otoño en un campo de Módena, o el terror de la historia reciente de una Sarajevo que aún nos parecía sitiada.
Tengo la suerte, desde hace años, de habitar en los poemas de Fernando Valverde, de compartir con él mucho más que lo que cabe en unos versos.
DANIEL RODRÍGUEZ MOYA.

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